Los ha habido borrachos y deshonestos, como Nixon, o insustanciales como Bush padre, o simplemente bobos, como Bush hijo; pero con los años he comenzado a creer que la profunda novedad de Donald Trump, como presidente de Estados Unidos y ahora candidato de nuevo, consiste en un rasgo más peligroso por lo inverosímil, pues nos cuesta verlo o aceptarlo a pesar de la evidencia: el infantilismo. Trump no es borracho pero sí deshonesto, y es insustancial de la peor manera, porque más que bobo es vanidoso y cruel; pero lo que lo hace más extraño, dada la posición que ha tenido y la influencia que actualmente tiene, es su carácter inmaduro y pueril. Nos cuesta trabajo aceptarlo porque el cerebro no está programado para eso. No asociamos poder con puerilidad, ni autoridad con inmadurez. Pero ahí está, a la vista de todos: durante cuatro años, el hombre más poderoso de Occidente fue un niñato que hizo de la pataleta una forma de la política, y cuya comprensión del mundo es la de un "matoncito" de jardín infantil. Ése es el candidato republicano de esta campaña presidencial que marcará las vidas de todos. ¿Pero lo está viendo todo el mundo? No lo creo.