Cada día laborable
un capítulo (5/35)
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No fue una semana fácil. En el Instituto los problemas se multiplicaban. Y el origen de casi todos esos problemas se encontraba en el mismo lugar: en la retorcida mente de Unai. Los padres habían interpuesto un recurso en inspección contra el último expediente que le habían abierto por su inaceptable comportamiento en las horas de matemáticas. Según había informado el inspector al jefe de estudios, el padre, en su escrito, acusaba a la profesora de matemáticas de haber insultado en varias ocasiones y públicamente a su hijo, de haberle llegado incluso a desearle la muerte y de haberle puesto las manos encima. La pobre profesora estaba completamente superada. Unai se negaba a hacerle caso ante la atónita mirada de sus compañeros y se dedicaba a interrumpir con sus intervenciones las explicaciones. Entonces acudía el jefe de estudios y exigía a Unai su salida inmediata del aula, petición que el alumno aceptaba a regañadientes y que provocaba diariamente la pérdida de muchos minutos de clase y una tensión que no era en absoluto beneficiosa para ninguno de los profesores del centro.
Pero ahí estaba el jueves. Y ese jueves Julen asistiría a una cena especial que iba a dar comienzo al ciclo de cenas semanales que sus amigos Nordin y Robert tenían pensado organizar en la trastienda del pequeño local que el primero de ellos regentaba en la calle Iturribide. Cenas de sabor internacional, con sabores africanos y norteamericanos, mucha cerveza, vino abundante, copas, porros y canciones. Una cena para ocho personas, pocos privilegiados que por el módico precio de treinta euros iban a poder disfrutar de abundantes manjares y buena compañía.
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