Artículo de Antonio Casado en www.elconfidencial.com. Muy interesante para todos aquellos que, por unos motivos u otros, seguimos las aventuras y desventuras del pequeño Estado Vaticano.
A partir de hoy, el Colegio Cardenalicio -las llamadas congregaciones- puede fijar en cualquier momento la fecha del cónclave, que se llevará a cabo dentro de los siguientes 20 días a contar desde las 20.00 horas de ayer, cuando quedó oficializada la Sede Vacante. Comienza la cuenta atrás para que el Espíritu Santo señale al sucesor de Benedicto XVI a través de, al menos, dos tercios de los 115 cardenales electores.
Una vez elegido el nuevo jefe de la Iglesia católica, el número 266 de la serie histórica, se abrirá un periodo de bicefalia vaticana sin precedentes. Un Papa oficial en la silla de San Pedro y otro emérito instalado a unos cien metros de distancia. Teóricamente, aquel para gobernar y este para hacer el último tramo del camino en el silencio de un convento de monjas. Pero las luchas por el poder tienen tanta tradición desde que el templo se comió a la doctrina, y de eso ya hace mucho tiempo, que se hacen apuestas sobre el resultado de tan ambigua situación.
Los más acreditados vaticanólogos le dan vueltas y vueltas a unas misteriosas palabras pronunciadas en su última “audiencia general” de los miércoles, cuando dijo a los fieles congregados en la plaza de San Pedro que su renuncia no altera la firme decisión tomada cuando fue elegido Papa en abril de 2005 y cargó con la pesada cruz de patronear la barca de San Pedro: “No regresaré a la vida pública porque no abandono la cruz. Sigo al lado del Señor crucificado, pero de una nueva manera”.
Las luchas por el poder tienen tanta tradición desde que el templo se comió a la doctrina, y de eso ya hace mucho tiempo, que se hacen apuestas sobre el resultado de tan ambigua situación
Los Papas, como los borbones, abdican en el ataúd. Habría que remontarse seis siglos atrás para encontrar un precedente similar a la renuncia de Benedicto XVI (Gregorio XII, 1415). De manera que los teólogos y los vaticanistas no saben a qué atenerse para imaginar cómo gobernará la Iglesia el nuevo Papa con la sombra de su antecesor vivo proyectándose sobre sus decisiones. ¿Hará aquel lo que nunca quiso hacer este? ¿Están abocados los cardenales a votar un jefe de la Iglesia universal ineludiblemente continuista por no desairar en vida al dimisionario Ratzinger viviendo al otro lado de la pared?
En estas circunstancias, la bicefalia vaticana se antoja como una fuente de problemas o, al menos, de situaciones incómodas. Por ejemplo, es muy posible que no tenga un buen acomodo mental entre los cardenales la hipótesis de un Papa innovador. Un buen número de los príncipes de la Iglesia le deben el puesto a Ratzinger. Ayer se despidió de ellos y de los fieles que luego le esperaban en Castel Gandolfo como “un peregrino al final del camino”. Ya, pero todavía caminando y todavía afectado por sus recientes descubrimientos sobre las andanzas del diablo que “quiere ensuciar la obra de Dios”, incluso en la nomenclatura vaticana.
También aquí se pecaba contra el sexto y el séptimo mandamientos, según el famoso informe secreto que heredará en exclusiva su sucesor. Dicen que este Papa, más cerca de Sepúlveda que de Bartolomé de las Casas, de Escrivá que de Helder Cámara, de Diego de Deza que de San Francisco de Asís, no pudo soportarlo. Y por eso se fue.