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domingo, 17 de marzo de 2013

Por un armisticio social de la Sociedad en general con la Iglesia Católica en particular.


Termino mi serie papal de post de estos últimos días con el que ha publicado Carlos Gorostiza y que suscribo al 100%. Se ha dicho que en España siempre andamos detrás de los curas, unas veces con cirios encendidos y otras con garrotes, pero siempre tras ellos. Sí que parece evidente que hemos tenido dificultades para separar con claridad la sociedad civil y la Iglesia, y es así que nos sigue costando colocar a cada cual en su sitio, condición necesaria para el respeto mutuo, la discrepancia civilizada y el posible acuerdo. 

Foto Facebook
Por el contrario, lo habitual ha sido que la jerarquía católica haya pretendido activamente mantener sus tradicionales prerrogativas sobre la moral, la política y las leyes que nos afectan a todos, católicos o no, asimilando la condición de ciudadano a la de cristiano y reservándose el derecho a imponernos a todos lo que ella considera vida buena. 

En comprensible reciprocidad, cualquier no cristiano se siente en España legitimado para reprochar a la Iglesia católica sus doctrinas sobre el aborto, sobre el divorcio, sobre el matrimonio, el celibato, la ordenación de mujeres y cualquier otro dogma. Lo paradójico es que quienes más critican a la Iglesia por mantener tales opiniones refuerzan el supuesto de que la Iglesia es una institución no ya importante sino “oficial” que es lo que, efectivamente, fue durante siglos y lo que una buena parte de su jerarquía querría seguir siendo. 

El reinado, porque reinado es, del nuevo Papa Francisco podría ser una buena ocasión para que empezase a firmarse un armisticio social. Que la Iglesia católica entendiese que su función no es gobernar ni la nación ni las conciencias de todos los ciudadanos y que los no católicos aceptásemos que las opiniones religiosas de quienes sí lo son no resultan una agresión contra nuestra propia libertad, sino una creencia más, por pintoresca que nos pueda parecer a veces. 

Eso sí, la Iglesia Católica, en cuanto a institución que se desenvuelve también en la vida civil, deberá aceptar que no debe exigir bula ni privilegio alguno respecto a sus acciones en ese ámbito civil, sean sus posiciones políticas, sus intereses económicos o el comportamiento de sus miembros en asuntos turbios y entender que, esas sí, deben estar sometidas a la polémica y a la crítica como las de cualquiera. Quizás este cambio sea una de las tareas más delicadas del nuevo obispo de Roma. Esperemos que tenga voluntad, fuerza y acierto.