4.
El café con leche estaba muy caliente. Era imposible dar un trago. Así que Pedro, mientras esperaba a sus dos amigos, decidió comenzar a comer el croissant. Demasiado azúcar, pero estaba rico. Se acodó de los suculentos croissants que comió en Burdeos, en un viaje que hizo a la vecina ciudad francesa hace varios años, junto a Julia. Eran otros tiempos, imposibles de olvidar. Recuerdos que de vez en cuando le asaltaban sin que él lo deseara. Le hubiera gustado ser capaz de dominar su mente hasta el punto de que solamente acudieran a su memoria los recuerdos que él seleccionara y en el momento en el que él lo quisiera. Pero eso era una tarea imposible.
En ese momento llegó Robert, ataviado con una boina, un fular de tonos verdes, un gabán con altos cuellos y unas gafas oscuras.
-¿Tú vas a ir así, sin disfraz alguno? –preguntó mientras tomaba asiento.
-Me pondré la capucha esta, -dijo señalando al gorro que tenía en la sudadera, -y llevaré un periódico para taparme la cara. ¿Te parece?
-Eres un hombre a quien le gusta el riesgo. –dijo soltando una carcajada. –Creo que me gusta demasiado entrar en acción. Me siento pletórico, exultante, ¿se dice así? Subrayé esa palabra hace poco en uno de los libros que he leído este mes. Me pareció una buena palabra. Exultante. Hace a culto.-Hizo una pausa mientras gesticulaba y alzaba el cuello simulando ser un preboste de la cultura hispánica. –A lo que iba, me encanta tener una misión de este estilo entre manos.
-Tengo que confesarte que, aunque lo del dinero no me parece muy correcto, lo del espionaje y el chantaje me gusta.