Como aún quedan unas horas para la última votación de la investidura de Pedro Sánchez no se puede asegurar a ciencia cierta si será fallida -cómo parece-, o si en un dramático giro de los acontecimientos su candidatura saldrá adelante entre campanas de boda.
Lo que sí es seguro es que el espectáculo ofrecido por los llamados a formar un Gobierno de coalición se ha asemejado más a la pelea de dos niños que se niegan a compartir los juguetes que a la negociación de dos aliados ante la oportunidad histórica de satisfacer –o eso dijeron- los anhelos de millones de sus votantes.
Quizás sea mejor que todo se vaya a la mierda porque de las pretensiones de unos y otros, convenientemente filtradas para dinamitar los puentes y sus respectivas carreteras de acceso, ha quedado claro que ninguna de las partes ha asumido lo que significa en realidad una coalición de Gobierno y, en esas condiciones, nada se puede edificar con la consistencia necesaria, nada duradero se puede alumbrar.
En la cámara hay mucho partido que defiende en estos momentos el cuanto peor, mejor. Sí. Pero Podemos, ERC y PNV no pueden situarse en esa postura. Es mejor un Presidente con Gobierno en minoría que tentar al diablo. Que gobierne solo si quiere. Ya llegarán los presupuestos y leyes claves que necesitarán de acuerdos progresistas. La reivindicación de un Gobierno de coalición razonable puede mantenerse en el tiempo.
Es mejor un Presidente con Gobierno en minoría que tentar al diablo. Que gobierne solo si quiere. Ya llegarán los presupuestos y leyes claves que necesitarán de acuerdos progresistas. La reivindicación de un Gobierno de coalición razonable puede mantenerse en el tiempo.