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sábado, 7 de marzo de 2020

Grecia, las dos tragedias y yo.

La tragedia griega es un género teatral originario de la Antigua Grecia. Inspirado en los mitos y representaciones sagradas que se hacían en Grecia y Anatolia, alcanza su apogeo en Atenas del siglo V a.C.

Las mejores tragedias griegas, como escribió Aristóteles, tratan de crímenes en la familia. Un joven que mata a su padre y se casa con su madre y así llega a ser rey; una madre que para vengarse del marido que la abandona asesina a sus dos hijos; un regente que condena a muerte a su sobrina porque ella quiso enterrar a su hermano, son muy buenos ejemplos.

Los patéticos sucesos suscitaban “compasión” y “espanto” (éleos y phóbos) por empatía con la catástrofe sufrida por los protagonistas del drama. 

Pero hay otra tragedia griega, una tragedia que no viven los griegos, la viven los refugiados y los que huyen de sus países en busca de una vida mejor. Acosados y con frecuencia agredidos por las huestes xenófobas de Amanecer Dorado, cientos de miles de inmigrantes malviven en Grecia. 

Un limbo infernal, cargado de esperanzas, sueños y peligros para ese afgano que huyó de su país porque se convirtió del islam al cristianismo y temía que lo fueran a linchar, el sirio que abandonó su tierra cuando una bomba destrozó su casa, o aquel sudanés que cruzó la frontera a Libia después de que soldados mataran a su padre y violaran a sus hermanas. 

Los tres son tres ejemplos que se han sumado a los ríos de refugiados que fluyen, como siempre desde comienzos de la historia humana, de los lugares más desdichados de la tierra, desem­­bocando hoy en Atenas.
Yo, me acerco como europeo, como ciudadano de la Unión que nunca ha tenido que vivir una situación ni minimamente parecida. Me acerco a Grecia con ganas de conocerla, comprenderla y quererla.