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sábado, 7 de marzo de 2020

La "potencial pandemia" antidemocrática a nivel mundial.

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Los titulares alarmantes sobre la epidemia del coronavirus pueden servir para ilustrar la ligereza con la que se abordan amenazas mucho más graves. 

No, no hay organismos que alerten de la extensión del fascismo, ni "planes de contingencia" para hacerle frente, ni se aísla a los portadores, ni bajan precisamente las bolsas. Por supuesto que hay que tomarse en serio el coronavirus, pero la percepción de peligro es muy selectiva, a menudo así inducida. 

En España, por ejemplo, el fascismo es un mal endémico. Rebrota de vez en cuando con distintas caras y estrategias. Llámese ultraderechización o defender un concepto peculiar de España, su uso de España. Abarca a mentes que tienen muy claros sus objetivos, tanto como a tibios y desinformados. A embaucados sobre todo.

No es una epidemia, es ya pandemia. Un informe alerta del aumento de la propaganda supremacista y racista en EEUU. Países, como Brasil, nos muestran cómo actúa, se implanta y se extiende el mal. Hay puntos comunes en el cuerpo social en el que anida el virus antidemocrático. El primero  y esencial, la corrupción y la tolerancia a la corrupción. La que termina impregnando los pilares del Estado.

upriman subvenciones a quienes las usan para envilecer la democracia. Hagan posible enseñar nuestra historia real, con sus errores y aciertos. Doten a  los medios de información públicos de la capacidad de dar información rigurosa que compita encendiendo un cómodo botón. Llénenlos de cultura y decencia. De entretenimiento que no burricie. Igual sería útil, para casos extremos, un Barrio Sésamo para niños y adultos que enseñara ideas básicas y, sobretodo, a relacionar conceptos y obrar con lógica.