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martes, 17 de marzo de 2020

El rey está desnudo

Se conocen tantas versiones como culturas han retomado la estructura argumental del relato. El cuento lo escribió Hans Christian Andersen y se conoce por el título El Rey desnudo. Unos sastres llegan a un reino lejano y engañan al monarca, a su corte y a todo el pueblo, haciéndoles creer que eran capaces de fabricar un traje que solo la gente inteligente podría ver. Según los modistos, sólo para los ciudadanos idiotas el traje resultaría invisible. Todos muerden el anzuelo y, por temor a quedar como imbéciles, dicen ver el traje mientras el rey se pasea en ropa interior por las calles del reino, recibiendo todo tipo de halagos por su "espléndido vestido". La mentira solo queda al descubierto cuando un niño del público grita con valentía "¡Pero si el rey está desnudo!".

Y los guardianes de las esencias de la institución, cual sastres del relato de Hans Christian Andersen, aún han decidido que Felipe VI es ejemplar, que ha tenido un gesto de grandeza al desligarse de su padre al retirarle la asignación real y que nada sabía sobre su designación como beneficiario de una fundación vinculada a Juan Carlos I que se nutría con fondos opacos. Por supuesto señalan como imbécil a quien así no lo entienda y lo repita cual papagayo en todos los foros públicos.

Hasta los más fervientes defensores de la institución siempre han dicho que mantener su vigencia dependería siempre de lo útil que fuera con la sociedad a la que sirve. Un argumento que empieza a resquebrajarse, y no sólo por el escandaloso silencio ante la más grave crisis sanitaria que jamás haya vivido España, sino porque, más allá de las derivadas jurídicas que el escándalo tenga, la impresión es que la monarquía no solo tiene un problema, sino que en este momento es un enigma más de la tambaleante estabilidad del sistema. Dicho de otro modo: el rey está desnudo.

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