Siempre creí en la frase de Óscar Wilde: “en la vida, cuando vayas adelantando a alguien, salúdale con respeto, porque te lo encontrarás al bajar”. A mi me ha ocurrido varias veces; quienes me hicieron la vida imposible, en algunos casos, luego dependieron de mi. No me ensañé porque la venganza es una ejecución que a mi no me motiva pasión.
Estos días estoy disfrutando mucho con mi buena memoria. Me acuerdo del regreso de Baltasar Garzón a la Audiencia Nacional, después de su efímero paso por el PSOE. No consiguió su objetivo de ser ministro del Interior. Y en vista de su frustración, sacó del cajón de la Audiencia el sumario del secuestro de Segundo Marey, unos días antes de que prescribiera, para empitonar a sus competidores y compañeros del PSOE. Enemistad manifiesta.
Entonces, los que hoy empiezan a llamar “delincuente” a Luís Bárcenas, para negarle toda credibilidad, aplaudían con las orejas al policía Amedo. En todas estas tramas obscenas siempre hay un actor fijo: Pedro J. Ramírez. Se reunían Francisco Álvarez Cascos, el policía que sería condenado por homicidio en la trama GAL, y Pedro J. Ramírez, que unos años antes –la hemeroteca está disponible- alababa los asesinatos del GAL para salvar a España.