El golpe de Estado en Egipto se ha consumado. Los militares han anunciado en televisión la destitución del presidente Morsi, la derogación de la Constitución y la disolución del Parlamento tras un gran despliegue de efectivos en El Cairo. Los manifestantes de la plaza Tahrir celebran la expulsión de los Hermanos Musulmanes del poder. Desde el resto del mundo somos muchos los que vemos los diferentes pasos dados con perplejidad, incomprensión y desconcierto.
Yo estube allí, en aquella plaza que estos últimos años ha sido testigo de todas sus grandes reivindicaciones sociales la tarde de aquel primer atentado que se produjo en aquella plaza a principios de los noventa. no me enterá hasta el día siguiente de lo que había pasado peropude oir el ir y venir de ambulancias que por aquel entonces no presagiaba nada alarmante.
Ante una situación tan dramática como la actual, se me ocurren dos comentarios que desde mi punto de vista son casi de perogrullo pero que hoy en día más de uno los discutirá:
Las democracias no se pueden imponer por decreto. Sociedades que todavía están bajo el yugo de ideologías exclusivistas, y las religiones sin duda lo son, tienen poco recorrido en una democracia estilo a las que estamos acostumbrados.
Y que quieren que les diga. Quien me lea habitualmente sabrá que mi amor por los militares en general es mas bien escaso. Y que hasta ahora, todos los golpes militares que conozco, salvo aquel de Portugal un 25 de abríl, han sido para dar marcha atrás en terrenos como la democracia y los derechos humanos. Pero si me dan a elegir entre un gobierno militar, que me imponga sus leyes por cojones o el de un gobierno religioso, que se cree pastor de ovejas con derecho a palo, se autoconsidera unico interprete entre su dios, que tambien tiene que ser el mio, y yo, para decirme en todo momento lo que tengo que hacer en todas las facetas de mi vida, prefiero a los de uniforme caqui con residencia en cuarteles que a los de uniforme de hábito y sotana con residencias en templos.