El PSOE no es ajeno al descrédito general que sufren, sobre todo, los grandes partidos de gobierno en estos momentos de incertidumbre en que la gente tiende, no a hacer distinciones sutiles, sino a meter a todo el mundo en el mismo saco. Pero, más allá de esta indiferenciada e injusta atribución de responsabilidades, los socialistas tienen muchas razones para mirar también hacia su interior en busca de culpas propias.
La primera es la de haber sido en exceso condescendientes, en las épocas de bonanza, con las supuestas bondades de un capitalismo desenfrenado, de cuyos nefastos resultados es ahora cínico que se desentiendan. ¿No fueron acaso ellos los que dijeron cosas como que «España es el mejor país para enriquecerse en menos tiempo» (Solchaga), «no importa si el gato es blanco o negro, lo que importa es que cace ratones» (Felipe González) o «reducir impuestos es de izquierdas» (Rodríguez Zapatero)? Y ¿no fueron también ellos los que, en lugar de pincharla a su debido tiempo, decidieron seguir aprovechándose de una burbuja que ofrecía a espuertas ingresos tan rápidos como efímeros?
¡Sólo la condición olvidadiza de la gente permitiría al socialismo español volver ahora, con estos antecedentes tan cercanos, a predicar sin sonrojarse las recetas de la ortodoxia socialdemócrata!