Nunca he compartido la opinión de que alguien por motivos sanguíneos tenga más derecho que otro o más posibilidades que otra a optar a un cargo público. Y mal empezamos si cuando la nombramos, decimos que es hijo de fulanito o hermana de menganito. Me resultan sospechosas ese tipo de elecciones. Cada persona, en mi opinión, debe de alcanzar su puesto por lo que es, sin ser apoyada por su apellido.
Así, siempre he tenido claro que si don Felipe de Borbón se presentase a Presidente de la República española tendría serias opciones democráticas para obtener el cargo. Seguro que muchos españoles le votarían. Y yo lo aceptaría democráticamente. Pero no me gusta que sea nominado por ser hijo de alguien.
De la misma manera tampoco me parece razonable que una persona sea nominada a un cargo público por ser, por ejemplo, hermana de alguien que por el motivo que sea, no voy a entrar ahora en eso, haya alcanzado notable notoriedad. Puede ser una persona valiosa en si misma, pero si la presentan como "hermana de", o "hijo de", de comienzo me echa para atrás.
Y llama más la atención cuando el nombramiento surge en un movimiento que nace, de las bases, de las asambleas, de espacios democráticos donde el origen sanguíneo, en teoría, al menos, no importa.