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El alud de rectificaciones y renuncias al que estamos asistiendo, está resultando una capitulación a plazos del soberanismo.
Dejan la política los imputados Carles Mundó y Artur Mas, este último asumiendo que media Catalunya no puede imponerse a la otra media.
Jordi Sànchez (ANC), Jordi Cuixart (Òmnium) y el 'exconseller' Joaquim Forn han ensayado el discurso del arrepentimiento: abjuran de la vía unilateral, niegan valor alguno al 1-O -otrora quintaesencia de la democracia-- y asumen que el único referéndum válido será el que convoque el Estado.
Carme Forcadell, en libertad bajo fianza, renuncia a la presidencia del Parlament, consciente de que reincidir en el pulso al Estado la llevaría a prisión.
Actitudes, todas ellas, humanamente comprensibles, pero que revelan cuán tenue es la frontera que separa la audacia de la inconsciencia.
Solo el alocado Puigdemont sigue subido a la parra. Pero, incluso a él, suena razonable pensar que dentro de unos meses, cuando sea consciente del hostiazo que se habrá dado, el huido que se resiste a reconocer que ha perdido su cargo, y la batalla, le oiremos decir que "todo era una broma", y eso sí, tendremos que añadir que "de muy mal gusto".