A estas alturas no creo que haya nadie que se atreva a adivinar como acabará el nuevo lío que se inicia hoy en el Parlament con la elección de la mesa. Tenemos por delante nada menos que 2 meses 2, durante los que el espectáculo estará garantizado. El espectáculo y las emociones fuertes, pero nada más que eso: nadie está pensando en ocuparse de los problemas de los catalanes, ni es formar un Gobierno útil, ni en la forma de revertir los dos desastres que ha traído ya el procés: el económico (con la fuga de miles de empresas) y el sociológico (con la quiebra social profunda de la sociedad catalana).
En lugar de eso, es inevitable que la atención y también el morbo se dirijan a tratar de adivinar cuál será la próxima sorpresa: si será un plasma, si lo será la llegada de políticos presos a la cámara, quizás lo sea alguna detención espectacular con cámaras delante ¡vaya usted a saber! Lo seguro es que, de hoy a que algo parecido a la normalidad regrese a las instituciones de Cataluña va un trecho largo en el que podemos esperar de todo. Las nuevas elecciones, que parecieron la salida natural hacia la normalización política, no han servido. Como era de suponer, los catalanes piensan más o menos lo mismo que en las anteriores, solo que ahora con más mala leche acumulada. Nada apunta a una solución ni cómoda, ni inocua, ni mucho menos rápida.