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No, Puigdemont no va a volver. Carles Puigdemont no quiere ir a prisión y además está convencido de que es más útil para su causa dando conferencias por Europa que en una celda.
No, Puigdemont no va a ser el nuevo president de la Generalitat. O al menos no lo será mucho tiempo.
No, ERC no va a torcer la mano a Puigdemont. Tampoco el PDeCAT. Solo se entiende lo que está pasando dentro del mundo independentista si se parte de la la premisa de que ahora hay un partido más en esta compleja coalición: el de Bruselas, cuyos intereses son distintos a los de los demás. Puigdemont no tiene nada que perder.
No, ni Puigdemont ni los independentistas van a ganar el pulso del procés. Es evidente que han perdido, a pesar de mantener la mayoría absoluta en el Parlament, a pesar de la resistencia de Puigdemont, que se ha convertido en uno de esos soldados japoneses aislados en una isla del Pacífico que seguían en guerra sin saber que Japón se había rendido ya.
No, no habrá una reforma constitucional ni un nuevo Estatut ni nada que supere esta situación. Nadie en la derecha cree tener el poder suficiente como para poder permitirse generosidad y altura de miras. Nadie ejercerá de estadista, y el cortoplacismo triunfará.
No, el independentismo no va a desaparecer, a pesar de esta derrota. Y esa España autoritaria, incapaz de una propuesta integradora, incapaz de construir un Estado plurinacional, incapaz de formular una oferta que seduzca a tantos catalanes que buscaban una reforma por la vía de la ruptura, ha sembrado las semillas de su siguiente crisis de unidad. El procés ha fracasado, pero ese suflé no bajará.