Empiezan otra vez las sesiones de circo con el parlamento catalán como sede del espectáculo y Carles Puigdemont como estrella principal del esperpento. La cuestión está ahora en tirar de la goma hasta que esté a punto de romperse, todo ello a mayor gloria, protagonismo y supervivencia del ex presidente fugado de la Justicia.
Otra señal del desafío a los suyos propios la dio la semana pasada cuando pretendió que la Mesa autorice que él y los suyos de Bruselas emitan el voto delegado. Se trata de poner en un brete al recién nombrado presidente del Parlament, Roger Torrent, al que pretende humillar de entrada forzándole a acudir a visitarle a Bruselas como si él fuera una autoridad en ejercicio y el otro un lacayo a su servicio.
Lo malo para él es que los otros no quieren seguir dándole vueltas a una noria de la que ya se ha demostrado que no van a sacar agua. No quieren volver a desobedecer al Tribunal Constitucional, no quieren poner en pie “la república catalana” en atención al mandato de un pueblo que ha dado la victoria a un partido constitucionalista por más que la ley electoral les haya otorgado la mayoría en escaños. Está más claro que el agua que no quieren volver a recorrer ese camino.
Pero Puigdemont va a seguir teniendo el comportamiento gamberro que lleva exhibiendo desde hace meses. Lo ideal para él sería conseguir presentarse por sorpresa en el parlamento e intentar ser investido allí mismo, sobre la marcha. Sabe que sería inmediatamente detenido y encarcelado pero en ese caso él representaría el papel de líder legítimo democráticamente elegido por la Cámara y luego encarcelado por un Estado que no respeta la democracia y desprecia la voluntad popular.
Por ese motivo el Gobierno de Mariano Rajoy no puede esta vez permitirse un fallo tan garrafal como el perpetrado el 1 de octubre y de cuyo fracaso se derivan todas las consecuencias que hemos vivido desde entonces. Es decir, bajo ningún concepto se puede permitir que el fugado se presente en carne mortal en el Parlament.