Ayer descubrimos dos cosas que ya sabíamos desde hace décadas, a saber, que Epi y Blas son pareja y que Aznar es Aznar, lo cual no son dos afirmaciones tan alejadas como cabría suponer. Epi y Blas salen del armario al tiempo que Aznar sigue encerrado en él, atrincherado en sus frases hechas sobre la ETA, el terrorismo, la Transición, Irán, Venezuela y las armas de destrucción masiva.
Así, Jose Mari iba desgranando sus grandes éxitos zarzueleros entre grandes aplausos de su público y con el mismo ritmo con el que Conde Draco iba contando en voz alta para pasmo y deleite de la chiquillería. Al menos, los niños tienen la excusa de ser niños.
Al fin y al cabo, el espectáculo de ver a un señor ceniciento mintiendo a lo largo y lo ancho de casi cinco horas de comparecencia no produce tanta lástima y tanto asco como la vergüenza de haber tenido a este mismo señor ceniciento de presidente durante tantos años. Cada embuste se amontonaba encima del anterior, sin que importaran actas judiciales ni hechos probados. La chulería, la prepotencia, el cinismo, el engreimiento, la arrogancia, la soberbia son entradas del diccionario que podrían llevar de segunda acepción su apellido y su cara.