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Eso es lo que está ocurriendo de un tiempo a esta parte en este país. Todos los españoles, salvo los que hayan vivido en el limbo, somos conscientes desde hace años de que nuestros políticos y nuestras fuerzas de seguridad se han dedicado a jugar en el interior de las alcantarillas, utilizando a sus oscuros moradores para que les hicieran los trabajos más sucios. En estas décadas hemos conocido el GAL, los fondos reservados, los picaderos reales pagados por el CNI, los despachos de ministros cargados de micrófonos, la mal llamada policía patriótica… Incluso hemos memorizado los nombres y los rostros de algunos de estos habitantes de las cloacas. Espías que mueren y resucitan como Francisco Paesa. Comisarios que parecen tener al Estado agarrado por las pelotas, como Villarejo.
En ocasiones por conveniencia, en otras muchas otras por temor, los gobiernos socialistas y populares permitieron que la mierda creciera y que la población de roedores se multiplicara, haciéndose cada vez más poderosa. Tan poderosa que en 2009 y 2014 los ejecutivos de Zapatero y de Rajoy llegaron a condecorar al habitante más conocido de las cloacas. Era la prueba de que el Estado de Derecho rendía pleitesía a quienes habitaban en el lado oscuro.
El Estado a investigar, los políticos y los periodistas a actuar con responsabilidad. Si lo hacemos así no digo que la batalla vaya a ser fácil, pero sí que lograremos nuestro objetivo. Digámosle a Villarejo que no tenemos miedo a lo que pueda contar. Es más, digámosle que, si no lo cuenta él, lo acabaremos descubriendo nosotros. Solo quienes tengan hechos graves que ocultar temblarán ante este nuevo escenario. Las ratas nos están mordiendo. No las volvamos a encerrar en las cloacas. Acabemos con ellas y con aquellos que las alimentaron. Para siempre.