El papa Francisco junto a un grupo de Quintana Roo (México) en Roma. ANGELO CARCONI . EFE |
Los católicos suelen sentir la tranquilidad de pertenecer a la única religión verdadera —creen, luego para ellos así es— e históricamente han tenido la ventaja de poder pecar siempre que luego visiten el confesionario para pasar la bayeta. Allí, el confesor les aguarda como un decidido Míster Proper dispuesto a trasladar el perdón divino que borra los pecadillos del historial personal. No quedan antecedentes penales tras rezar varias avemarías.
Con el tiempo los católicos empiezan a percibir también, sin embargo, algunas desventajas. Muy serias. La Iglesia católica mantiene un machismo institucional prefeudal, al excluir a la mujer de cualquier ámbito de la jerarquía y relegar su entrega a la carrera monjil. Ellas barren y limpian estupendamente durante los cónclaves de cardenales-hombres en Roma reunidos para elegir a sus Pontífices-hombres. Hasta en los peores momentos del absolutismo, donde las mujeres no tenían ni por asomo capacidad de elegir ni decidir gran cosa, hubo reinas en las coronas de Europa. Algunas, brillantes.
Tienen suerte los delincuentes católicos que pueden confesar y quedar indemnes. No tanta sus víctimas.
El artículo de BERNA GONZÁLEZ continúa en elpais.com//opinión
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