Los resultados municipales de este fin de semana demuestran en la mayoría de los municipios, desde Sopelana a Barcelona pasando por Madrid, "da igual que da lo mismo", que en la mayoría de los pueblos y ciudades no hay ganadores ni perdedores, tan sólo un ranking de minorías.
La fragmentación obliga a aceptar una obviedad: ahora gobernar significa pactar, es decir: reconocer a los otros, abandonar los maximalismos, rehuir las líneas rojas y buscar el mínimo común denominador.
Si no pactan, la menos débil de estas minorías convertirá la institución que presida en un castillo defensivo, en una fortaleza desde la que imperar sobre la mayoría de la población (que no la ha votado).