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La fragmentación obliga a aceptar una obviedad: ahora gobernar significa pactar, es decir: reconocer a los otros, abandonar los maximalismos, rehuir las líneas rojas y buscar el mínimo común denominador.
Si no pactan, la menos débil de estas minorías convertirá la institución que presida en un castillo defensivo, en una fortaleza desde la que imperar sobre la mayoría de la población (que no la ha votado).