Nuria Espert son como esos artistas flamencos que parecen hacer todo fácil, como quien respira, porque están bendecidos por el duende, y decir duende es decir Lorca, que siempre acude cuando alguien le pide ayuda en épocas turbias y mediocres.
Espert finge que lee, o lo contrario, que improvisa, pero está todo aprendidísimo, como esa primera persona que a veces parece ser la actriz contándonos cómo descubrió la poesía lorquiana, y a veces la voz de Lorca mismo, como si estuviera reunido en su cuarto con sus amigos.
Espert convoca también cuatro grandes ecos femeninos, cuatro mujeres solas: Marianita Pineda, Yerma, la madre de Bodas de sangre y doña Rosita, desfilando a ritmo de carrusel fantasma. Y la eterna, profunda soledad de Federico, el Federico aterrado que para cruzar la calle necesita cogerse del brazo de alguien, y hacer teatro porque “en el teatro todo se comparte”.