Recuerdo que en los días previos al referéndum de 2016 sobre el Brexit en el Reino Unido hablé con algunos amigos londinenses y estaban convencidos de que era imposible que el UK votara a favor de la salida de la UE. No les daban ningún crédito a unas encuestas que apuntaban a un resultado más que ajustado.
Algunos de ellos –demasiados- se quedaron en casa o simplemente aprovecharon ese jueves para hacer de todo menos cumplir con el deber ciudadano de pasar por las urnas.
Y saltó la sorpresa: casi el 52% de los electores apostó por abandonar la Europa comunitaria, y algo más del 48%, por permanecer en ella.
Dejaron en manos del inglés xenófobo, racista y nostálgico una decisión tan trascendental para la UE y para el propio Reino Unido.
Todo esto y lo que te rondaré morena han traído mis amigos londinenses que no fueron a votar aquel 23 de junio de 2016.
En España, si no somos capaces de ilusionar y movilizar a los votantes de izquierdas y nacionalistas, que conforman la España progresista, nos va a pasar lo mismo o algo parecido.