Diez años después, es justo reconocer que fue el impulso político de Zapatero, Eguiguren, Rubalcaba y Otegi lo que llevó a término la agonía de la banda terrorista, en contra de una amplia oposición al proceso de diálogo.
Como el IRA Provisional, si algo caracterizó a ETA, más allá del enorme sufrimiento causado por sus atentados terroristas, es haber llegado siempre tarde. Tuvo múltiples oportunidades para abandonar la violencia y las desaprovechó todas salvo la última, cuando se encontraba en un estado de máxima debilidad. Al echar la vista atrás, resulta exasperante y desolador constatar las ocasiones perdidas y el dolor que se podría haber evitado.
ETA era un anacronismo en la Euskadi del siglo XXI, un trozo de pasado sangriento en medio de una sociedad próspera. De todos los grupos armados surgidos en Europa en los años sesenta y setenta del siglo pasado, el único que sobrevivía en nuestro tiempo era ETA. Aunque arrastre tan mala fama la política, el fin de ETA fue posible gracias a un impulso político. Bien está que se reconozca.