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Nos hemos acostumbrado tanto a la corrupción del Partido Popular que a los viejos periódicos de siempre les ha parecido que ya cansan al lector las sobredosis de choriceo, así que la reciente condena por los pagos en B de las reformas de Génova se ha quedado asegundada en portada.
O sea, que la nueva sentencia por corrupción contra el partido que podría gobernar la inminente España ya no parece noticia, sino costumbre, y no merece el esplendor de las primeras planas.
La corrupción del PP ya no vende. Aburre. Y es mucho más excitante para el lector cualquier andrómeda sobre quién cuelga la ropa interior de Irene Montero o mira las tarjetas telefónicas de Dina Bousselham, que esta corrupción sistémica tan confortable en la que sesteamos los españoles. Una ola de frío en invierno es más noticiable que otra nueva ola de corrupción en el PP.