Tras ver la película, al igual que Maixabel, yo huyo de la carga religiosa del perdón, y no digamos del sentimiento inútil del arrepentimiento, pero me aferro como un demócrata utópico a las segundas oportunidades, al derecho de todos y cada uno de nosotros a recomenzar.
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La mirada de Maixabel nos habla además del valor central de la memoria en el presente de la democracia. Una de esas cuentas pendientes que en nuestro país muchos condenan a la ira de quien quiere reducir los relatos plurales en catecismo. El lugar de los dogmas y de los enemigos. De los muros y de los silencios. De la cadena perpetua y de la muerte en vida. Frente a ellos, el vulnerable hilo de los puentes, la hermosa lujuria de los grises, la decencia de buscar humanidad incluso en el corazón de los monstruos.
En fin, la esperanza de la política entendida como el arte de hacer posible que en el monte quemado por el fuego vuelvan a crecer árboles. Y flores blancas, junto a las rojas, que nos hablan de todo lo que cabe "a partir de ahora".