El PP ha convertido el asunto Rivera en un fracaso propio cuando realmente es un éxito para el País

sábado, 14 de agosto de 2010

Diario de vacaciones. Capítulo 12. Día 14

Esa mañana de domingo amaneció sin planes importantes. Desayuné con Unai mientras le contaba mi tarde con Conchi. Me miraba como si presagiara que esa tarde había sido el comienzo de una nueva era de cuyo nacimiento solamente él era consciente.  Cuando terminé la breve relación de actividades realizadas, tertulia, paseo, chacolí, cerveza y despedida,  me deseó suerte. Fue un deseo que me hizo pensar, porque hasta ese momento yo no había pensado  mucho. Solamente había descubierto que me gustaba estar con Conchi. Que esperaba encontrarla a las mañanas y que deseaba que me citara a las tardes. Pero no había pensado ninguna otra posibilidad. Así que cuando mi hijo me deseo suerte comencé a pensar para qué me hacía falta esa suerte. ¿Para volver a encontrar a Conchi en la escalera? ¿Para que tocara el timbre en ese mismo instante y me pidiera una taza de café? ¿Para que me invitara de nuevo a comer a su casa? ¿Suerte para que surgiese una relación distinta? ¿Una relación que me ayude a olvidar los tres años de soledad afectiva?  Nunca, a lo largo de esa última semana, había puesto nombre y plazos a mis deseados encuentros con Conchi. Parecía como si mi hijo me hubiera invitado a pensar en algo que no había pensado. Conchi me dijo que debíamos poner límites a nuestra relación. Primera sorpresa. ¿Límites a qué? Y ahora mi hijo me deseaba suerte. ¿Suerte para qué?

A las once me quedé solo. Tenía ganas de abrir mi diario y escribir cuanto fluyera de mi cabeza.