Ese miércoles me desperté tarde. Me despertó el ruido de platos y cubiertos en la cocina. Miré al reloj de la mesilla: las diez y media. Salí disparado de la cama y encontré a Unai preparando el desayuno.
-Hemos dormido bien, ¿eh?
-Si. Ayer, ya sabes, bajé a la noche, nada más irte tú, a donde José y Marga. Un par de horitas. Llegué, creo poco antes que tú. Me quedé dormido enseguida y, ... hasta ahora.
-Claro. Seguro que tomarías alguna copilla.
-Cava. No sé que celebrábamos, pero nos tomamos dos botellitas de cava. Estaba estupendo.
Miré la hora y comprobé otra vez que en apenas media hora Conchi llamaría a mi puerta. Así que desayuné a prisa y me vestí: pantalón corto y camiseta. Unai se marchó, como todos los días, hacia las pistas de tenis. Y a las once y diez minutos llegó Conchi.
Le pregunté por su hija. “Bueno”, me contestó. Y tras cinco minutos de conversación intrascendente, mientras bebíamos nuestros cafés en la terraza, a botepronto me soltó.
-Yo ya te he contado un poco de mi vida. Tú aun no me has dicho nada de la tuya. Eso no es justo.
-Tienes razón, ¿qué quieres saber?
-Háblame de tu vida amorosa.