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lunes, 13 de septiembre de 2010

Dios y ETA abandonan las armas

Esta semana ha salido a la venta el libro del científico británico Stephen Hawking en el que elimina a Dios como cómplice necesario para la creación del Universo. Y si resulta que Dios no trabajó ni seis días, ni encendió la mecha del Bing Bang, no es que ya no se merezca descansar, sino que no se merece existir.
Ya lo venía diciendo yo desde hace años, y nadie me hacía caso. Ahora la comunidad científica está expectante por ver cómo resuelve Hawking con las herramientas científicas lo que el sentido común resolvió hace tiempo: que Dios no existe, que fue el mundo quien creó a Dios, y no al revés.
Difícil me parece, porque ciencia y religión viven en dos planos paralelos condenados a no encontrarse jamás en un punto. Nunca podrán coincidir ni trabajar al unísono. Así que si vas a misa tienes que dejar aparcados en la puerta a Darwin y a Hawking, o no podrás aguantar la risa cuando oigas al cura hablar de cómo Dios hizo a Adán con barro y un soplido, y a Eva con una costilla de su compañero, y del diablo en forma de serpiente, y del árbol de la Ciencia que daba el fruto prohibido de la razón. Ese árbol que personifica el odio del cristianismo y demás religiones al razonamiento científico.
Lo de Hawking no es fácil, porque hasta a los grandes científicos les resulta doloroso curar sus miedos. Einstein rechazaba la mecánica cuántica escudándose en que a Dios no le gusta jugar a los dados con el Universo. Tan pesado se ponía, que su amigo Niels Bohr le espetó un día: ¡Albert, deja de decirle a Dios lo que tiene que hacer!
Y ahora viene Hawking a decirle a Dios que desaparezca. Que se disuelva, como ETA, que ya ha hecho suficiente daño a la humanidad. Se va a armar la de Dios.