Héroes, Heterodoxos y traidores es un buen título, creo que bastante representativo de lo que pudo ser y no fue. De algo que fue bonito mientras duró y duró todo lo que podía dar de sí.
Hoy se cumplen 36 años de las primeras elecciones "democráticas" de la transición española y en las que Euskadiko Ezkerra ya estuvo presente consiguiendo 64.000 votos y dos parlamentarios.
Y este mes se ha cumplido también veinte años sin Euskadiko Ezkerra, 20 años desde que en las elecciones generales de junio de 1993 se enfrentaron en las urnas las dos formaciones herederas de EE y que terminaron ambas como el rosario de la aurora, es decir, una, EuE, Euskal Ezkerra, autodisuelta tras el fracaso del intento de formación de un polo progresista y abertzale junto a la formación de Garaikoetxea, y la otra, la que mantuvo temporalmente la sigla, tras la absorción del PSE con el fin de consolidar un partido socialista "vasquista". Otro indiscutible fracaso que tras un inicio en el que parecía que la cosa podía funcionar mal que bien, se rompió el espejismo con la llegada a la secretaría general de Redondo Terreros, quien se encargo de apuntillar y anular.
Como recordaba esta misma semana el autor del libro en las páginas de opinión de EL CORREO, mientras duró, la ‘aventura cuerda’ de los ‘euskadikos’ fue sugerente por varios motivos. Primero, gozaron de un alto grado de democracia interna. Segundo, EE tuvo un llamativo desinterés por el poder político, prefiriendo ejercer de ‘Pepito Grillo’. Tercero, fue el partido que con más firmeza y sinceridad defendió el Estatuto de Gernika, que entendía no solo como marco de convivencia entre los vascos, sino también como engarce de Euskadi en el seno de España. Esa fue la esencia de su nacionalismo heterodoxo (no aranista, integrador, progresista y autonomista), que culminó en 1988 cuando EE aprobó con un «sí inequívoco» la Constitución. Cuarto, hay un éxito por el que los ‘euskadikos’ merecen ser recordados: la disolución de un sector de ETA pm.
EE, que siempre tuvo más simpatizantes que votantes, fracasó en las urnas. Quizá su discurso ético, cívico y racional no tenía cabida en la crispada política vasca, en la que tan comunes eran el victimismo y la demagogia. Tampoco fue capaz de mantener su cohesión interna. La convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas en una misma formación resultó imposible. El cisma de los ‘euskadikos’ fue, en cierto modo, un precedente de lo que ocurrió con la política vasca en 1998, cuando se pusieron en marcha el Pacto de Estella y el frentismo abertzale.
El proyecto heterodoxo de EE naufragó, pero aquella travesía no fue en balde. Los ‘euskadikos’ no consiguieron cambiar el rumbo del País Vasco, pero se cambiaron a sí mismos. Abandonaron una religión política del odio, aprendieron el valor de la democracia y se transformaron en ciudadanos en el más amplio sentido del término. No es poco. Otros han tardado treinta años y cientos de muertos en comenzar a planteárselo siquiera.