La huelga fue en su día un elemento clave en las relaciones laborales, y lo fue en todos los países que tuvieron la suerte de vivir en democracia y el acierto de dotarse de un esquema de economía libre. Hoy ya no lo es. Por el camino ha cambiado la estructura empresarial, forzada a lidiar en un mundo libre y competitivo, y ha mejorado tanto la formación de los trabajadores que les ha permitido adquirir fuerza individual y no depender tanto de la colectiva. Pero los sindicatos se empeñan en no ver la realidad y se niegan a cambiar. ¿Resultado? Cuantas más llamadas realizan a la huelga, menos gente acude a ellas. La cabeza de la manifestación continúa ruidosa y reivindicativa, pero si miran un poco hacia atrás, comprobarán cómo adelgaza el cortejo. Por ejemplo, el jueves estaban estrictamente los fieles de la parroquia. Ni uno más.
Si además se dinamita la unidad sindical, se ignora la dificultad objetiva de la situación; y si se extrema el discurso y se centra en asuntos políticos, el buscado éxito de la convocatoria se convierte con facilidad en un sonoro fracaso, como el cosechado en esta última convocatoria. La radicalidad del discurso, de creciente nivel y tono norcoreano, es de una gravedad extrema. Cómo se puede decir, sin enrojecer, que «nosotros somos el verdadero Parlamento». ¿Sí? ¿De quién reciben el mandato, de qué manantial sobrenatural procede su autoridad? ¿Están apelando a la razón de su fuerza? Me suena. Pues ni por esas.
Lo que no sucede con el otro concepto, tan insistente, del ‘modelo propio’. ¿De qué exactamente podemos tener hoy un modelo propio en el País Vasco? Si se trata de apretar al empresario más fuerte y en zonas corporales más sensibles, sí podemos. Pero si se trata de competir en un mundo abierto y difícil en donde sobran rivales y faltan clientes, no, y con rotundidad. Convendría que los convocantes de la huelga de ayer repasasen las estadísticas de las importaciones que hacemos y de las exportaciones que conseguimos, y que comparasen estructuras de costes relativos y niveles de beneficios obtenidos. Seguro que se les debilitaría mucho la fe en la existencia de un modelo propio. En el mundo actual, el bienestar social, el nivel económico y la disponibilidad de empleo es una función de la capacidad de competir, y eso depende fundamentalmente de la formación, de la inversión y… del esfuerzo colectivo. Y esto no es ideología, es algo así como la fuerza de la gravedad. Igual de real, igual de incómoda e igual de cierta.
De Marco-Gardoqui en El Correo del domingo