La huelga general que ELA, LAB y otras organizaciones convocaron para el pasado jueves se saldó con un seguimiento tan exiguo que sus promotores están obligados a una mínima reflexión autocrítica, aunque sea interna. Ni los sobrados motivos que justifican la protesta ni las nutridas manifestaciones que llevaron a la militancia de las mencionadas centrales a mantenerse unida y en movimiento durante toda la jornada pueden evitar preguntarse sobre sus fines y sus medios.
Seguro que Muñoz tiene sus razones para concluir que «donde no se pelea, se pierde más». Pero acto seguido es necesario preguntarse contra quién y a favor de qué se libra el combate. Sin caer en el fatalismo, resulta absurdo ponerse siempre a contracorriente de los cambios que experimenta el mundo. Tal actitud acaba escribiendo en la pizarra de las reivindicaciones un horizonte imposible que hace de la utopía más sugerente una pura quimera.
Los discursos de ELA y de LAB sugieren el establecimiento de una alianza entre los trabajadores que menos temores albergan sobre su futuro –que constituyen el grueso de su afiliación– y los sectores sociales que se encuentran a uno u otro lado de la linde de la exclusión. Se diría que los empleados con mayor seguridad de futuro arman su relato con la injusta situación por la que atraviesan los desposeídos de este oasis de bienestar que se llama Euskadi. Pero siempre con la idea subliminar de que solo el afianzamiento de los derechos adquiridos por los primeros procurará alguna salida a los peor parados. Una ecuación que únicamente se sostiene en el tono radical de los mítines.
«El poder anestesia a la sociedad y no tolera a quienes militamos en el contrapoder», sentenció el secretario general de ELA el pasado jueves. No le falta razón a la primera parte del aserto. Pero Muñoz se equivoca en la segunda. Quizá el ‘poder’ prefiera tener frente a sí un ‘contrapoder’ reacio al acuerdo y que, por eso mismo, quede neutralizado en medio de la nada. Ni siquiera el ser humano vasco está diseñado para «vencer el miedo» que provoca la situación actual sin que cuente con alguna alternativa viable al sometimiento absoluto a las leyes de la globalización.
La huelga general del pasado jueves fue política, pero en minúsculas; en sus intenciones y no en sus resultados. Sencillamente porque sus promotores no pueden capitalizar el seguimiento de la llamada al paro ni siquiera en la disputa doméstica que libran los sindicatos vascos entre sí.
KEPA AULESTIA, EL CORREO 01/06/2013