en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

viernes, 18 de septiembre de 2015

"España es una gran nación". ¿Qué tal? ¿Siente algo especial?

Imagen y texto sacados del blog "Zona Crítica" de eldiario.es

Isaac Rosa
Yo, nada. Bueno, sí: pereza. Y un poco de vergüenza. Vale, golpéenme con una bandera talla Colón, acúsenme de mal español, No me avergüenza serlo. Pero tampoco me enorgullece, que es a lo que voy.

(Abro un paréntesis deportivo: ayer fui intensamente español durante hora y media. España-Francia, baloncesto. Sufrí con los nuestros ("los nuestros", sí), vibré con ellos, celebré sus canastas y lamenté las del rival, animé con ganas (esa cosa tan boba de gritarle al televisor)… Como ven, supero la prueba de españoleo, pónganme un suficiente: el patriotismo deportivo es el mínimo común a la inmensa mayoría de españoles, pero también el máximo para muchos de nosotros. Orgullosamente españoles durante noventa minutos cada pocos meses. Y tan contentos, para qué más.)

Insisto: no tengo ningún complejo con ser español. No quiero ser otra cosa. Lo que me avergüenzan son los gritos de rigor, las banderas gigantes, el himno que nunca me supo levantar, y el alzamiento solemne de manuales de historia ("¡la nación más antigua de Europa!"). Pero se puede ser español sin toda esa cacharrería encima. De hecho, es como somos españoles la mayoría. 

Si algo bueno han tenido estos últimos cuarenta años es la desactivación social de toda una tradición de españolidad agresiva y excluyente, que dividía entre buenos y malos españoles. El españoleo como arma arrojadiza y calibre con que medir la calidad de los aquí nacidos no ha desaparecido del discurso político, pero sí en la calle. Quiero pensar que pertenezco a una generación a la que le da la risa cuando dice frente al espejo "España es una gran nación".

Habrá quien piense que esa falta de sentimiento es un fracaso de la democracia, del sistema educativo y cultural, no haber sido capaz de construir un patriotismo democrático que reemplazase al herrumbroso patriotismo franquista. Pero qué va. Es una ventaja: yo quiero vivir en un país sin alardes, un país de ciudadanos antes que de patriotas, donde uno hasta encuentre simpático aquello que Galdós atribuyó a Cánovas: "español es el que no puede ser otra cosa". Cuando más cómodos nos sentimos como españoles es cuando nadie nos exige el taconazo de adhesión inquebrantable, cuando somos españoles sin más, sin tener que saltar el listón de la españolidad.

Quiero creer que somos mayoría los que desearíamos que los catalanes se quedasen porque quisieran seguir con nosotros, por un proyecto común o simplemente por estar cómodos, o no más incómodos que teniendo que construir nada menos que un nuevo Estado (que ya son ganas). Que no tengan que quedarse por obligación, ni por miedo al ejército, al apocalipsis o a quedarse fuera del mundo.