La semana pasada se demostró que tenemos un nuevo sistema político pero no la cultura política para hacerlo funcionar. El 20-D, los votantes alumbraron un Parlamento en el que ninguno de los dos grandes partidos está en condiciones de formar Gobierno estable ni por sí solo ni con pequeños apoyos puntuales. Que el partido que ganó las elecciones no pueda gobernar sin el concurso del principal partido de la oposición y que ese partido no pueda formar una coalición ganadora lo dice todo sobre la profundidad del seísmo que ha sacudido la política española.
Es como si hubiéramos comprado un ordenador nuevo (el hardware) pero careciéramos del sistema operativo (el software) para hacerlo funcionar. Y como todo el mundo sabe, un ordenador sin sistema operativo no es más que una caja tonta que genera una enorme frustración. Los dos actores que están en el centro del tablero, PSOE y Ciudadanos, están intentando instalar un nuevo sistema operativo. Pero PP y Podemos insisten en hacer funcionar el nuevo equipo con el viejo sistema operativo. El PP porque busca seguir gobernando igual que en el pasado pero con el apoyo incondicional de Ciudadanos y el PSOE. Podemos porque a pesar de que habla de nueva política sueña con un sistema bipartidista en el que solo existieran PP y Podemos y el ganador se lo llevara todo.