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domingo, 10 de diciembre de 2017

Las campañas electorales de los partidos van dirigidas a movilizar a los propios.

elcorreo.com/K. Aulestia
Lo que está ocurriendo en Cataluña tiene connotaciones propias en torno al supuesto de que las formaciones que concurren a las urnas cuentan con un electorado poco menos que cautivo al que solo habría que motivar para que el 21-D acuda a las urnas.

Lo primero que llama la atención es la certidumbre con la que los líderes independentistas, después de algunos amagos por rectificar o autocriticarse tras la aplicación del 155, han vuelto a ratificarse en el ‘procés’. Sin duda porque temen que una revisión de sus postulados desconcertaría a las bases secesionistas y, en esa medida, las desmovilizaría. No hay margen para matices y sutilezas. 

Lo segundo que sorprende es la armonía que reflejan los independentistas y una vez asegurada la estricta compartimentación entre bloques, e imposibilitado que se construya puente alguno entre la orilla secesionista y la unionista

El independentismo podría estar al límite de sus fuerzas, pero cuenta con una ventaja que puede ser crucial según transcurren los días de campaña: tiene una alternativa de gobierno, la suya, la que ya se conoce, por desastrosa que fuese su ejecutoria. El resto no tiene más remedio que esperar a que el independentismo se quede por debajo de la ‘nota de corte’ para postularse como partícipe de no se sabe qué fórmula para gobernar las instituciones de la Generalitat.