La ha utilizado como tapadera de todas las vergüenzas propias y ajenas, nacionales e internacionales, Cataluña es la odiosa madrastra política y mediática que nos prohíbe ver más allá del 'procès'.
En el año de Trump, los refugiados, la "aporofobia", las 'fake news', el hundimiento del chavismo y la murga de 'Despacito', los españoles seguimos tragando con la cantinela marianista de una recuperación económica basada en la precariedad y los bajos salarios. Es socialmente injusto.
Último ejemplo claro: Esta semana, en la rueda de prensa-balance del presidente del Gobierno en Moncloa. Resulta curioso observar cómo la atención preferente de los medios se ha centrado en una fecha. La que se fija para la constitución del Parlamento catalán alumbrado en las urnas, en vez de hurgar en los casos de corrupción judicial y política abiertos y por los que M .Rajoy debería de mostrarse, por lo menos, preocupado.
Pero también nos perdemos la geografía del odio fuera de nuestras fronteras, que va a sufrir modificaciones con la derrota militar del ISIS en la zona sirio-iraquí. Nos atiborran de lecturas sobre las andanzas flamencas de Puigdemont y llegamos cansados a las novedades sobre un choque de trenes bastante más cruento que el del separatismo catalán con el Estado español. Me refiero a los baños de sangre en nombre de Dios (Marsella, Londres, Berlin, París, Bruselas, Barcelona). Y a la guerra entre el fanatismo yihadista que desprecia la vida (incluida la de los suyos, lo cual les da una ventaja operativa evidente) y los que amamos la vida en esta parte del mundo. (blogs.elconfidencial.com)