Miquel Iceta ha marcado el ritmo de la campaña electoral catalana. No solo el ritmo en sentido estricto – ya nadie duda de su capacidad, o voluntad, para el baile – sino el ritmo argumental, hasta ahora plano y previsible por parte de los demás candidatos. Su última aportación ha sido el reconocimiento de estar dispuesto a pedir el indulto para los políticos independentistas encausados. Su planteamiento es sencillo: si de verdad queremos restañar heridas será necesario dar muchas vueltas al caldero de la imaginación en caso de que se produjera una sentencia condenatoria de cárcel.
Ocurra lo que ocurra después de Navidad, la famosa desconexión unilateral debe ser remplazada por la desconexión emocional. Será imposible avanzar un solo paso en la búsqueda de soluciones con un país y unos políticos al borde de un ataque de nervios. Será preciso que los unos pidan el indulto para los supuestos condenados y otros den manguera de agua fría a la caldera de la movilización permanente tan bien organizada por la Assemblea Nacional Catalana y Ómnium Cultural y rigurosamente rodada por las cámaras de TV3.
Y aquí es cuando aparece Iceta, el político catalán más creíble cuando habla de la recuperación del “seny” y convertir dos bandos irreconciliables en un solo país con intereses generales por encima de la diversidad política. Por increíble que parezca en una campaña electoral, es el único que saca a diario sobre la mesa la agenda social. Un país, sea comunidad autónoma o república, no avanza en el siglo XXI si no pone proa a las urgencias sociales. Sanidad, Educación, servicios públicos, sueldos, concertación laboral y económica, investigación…
La imaginación al poder más que nunca. “En tiempos de crisis, la imaginación es más importante que el conocimiento”. Einstein dixit.