Dicen los politólogos que el sistema electoral catalán se sustenta en dos ejes: el ideológico y el nacional. Dicen que los electores, cuando votan el Parlament, activan estas dos coordenadas para decidir a qué siglas apoyan. Y los partidos, lógicamente, piden el voto en función de esta demanda.
Desde el año 2012, el denominado eje nacional ha resultado dominante y se ha transformado en una disyuntiva entre independencia o no independencia. Esta coordenada ha marcado los pactos de Gobierno y en los últimos comicios incluso marcó también las coaliciones que se presentaron con el experimento de Junts pel Sí.
De cara al 21-D, podríamos decir que la decisión de Esquerra de no sumarse a la lista de Puigdemont ha reverdecido el eje ideológico al permitir a los votantes seguir fieles a su ideal independentista sin renunciar a sus diversos acentos ideológicos.
Parece que los electores han introducido una nueva variable en los factores que marcarán su elección final: el eje orden/desorden. Los tumultos del 20-S, las porras del 1-O, la huelga del 3-O, las batidas de la extrema derecha, la salida de empresas o la encarcelación de dirigentes políticos han sumido a algunos votantes en un desconcierto del que saldrán en el último minuto en una dirección o en otra en función de a quienes atribuyan las causas del desorden.
Iceta cuenta con atraer a los votantes de Junts pel Sí que culpen a Puigdemont y Esquerra, y a los del PSC o Catalunya en Comú que responsabilicen a Rajoy. Esa es la partida.