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lunes, 10 de diciembre de 2018

10 de diciembre, 70 aniversario de Derechos Humanos

La Historia es una triste y larga relación de injusticias y violencias, hoy en día, por poner un simple ejemplo, unos 7.000 niños mueren de hambre al día y los cientos de miles de emigrantes y refugiados en situaciones lamentables y en manos de mafias sin escrúpulos interpelan a nuestras adormecidas conciencias de seres humanos, miles de muertos en el mar Mediterráneo, campos de refugiados vergonzosos y vergonzantes nos miran.

Texto de José Manuel Bujanda Arizmendi

“Todos los seres humanos 
nacen libres e iguales 
en dignidad y derechos y, 
dotados como están de razón 
y conciencia, deben
comportarse fraternalmente 
los unos con los otros”. Art. 1

Pero la Historia también es una larga relación de lucha y amor, solidaridad y dignidad entre las personas, y de superación desde los propios criterios morales, éticos y fuerza política. Y este proceso liberador no está cerrado en modo alguno, tiene más vigencia que nunca, nos obliga al trabajo perseverante y a la ilusión, al deber y a la obligación.

Deber y obligación por los DDHH, esperanza dinámica en la convicción de que la rectitud y humanidad jamás se impondrá con rodeos amañados, atajos calculados ni artimañas hipócritas. Esperanza ilusionada, serena y autocrítica, consciente y responsable por los DDHH, contraria siempre a la desesperanza, la pasividad y la dejación por esta lucha de Justicia para todos.

Hablo de esperar que germine el brote de grano sembrado en la buena dirección, porque lo contrario es esperar a un Godot que espera la floración de una orquídea nunca plantada ni regada. Se puede perder la fe, todo, incluso la esperanza de encontrar la foto de un futuro mejor y más justo para con los DDHH en el mundo, pero nunca la necesidad y la ilusión de la propia esperanza, aunque Godot, el esperado, no exista y por lo tanto no llegue nunca. Godot el enviado, no es sino la sustitución de la propia esperanza, la esperanza de los que no la tienen, es una quimera quebradiza. Esperar a Godot sin hacer nada no tiene sentido alguno, es engañarse a uno mismo, es una miserable e inútil pérdida de tiempo.

Porque para los DDHH siempre será época de siembra ilusionada, trabajo y espíritu de superación y conciencia, de proyectos compartidos y utopía pegada a la realidad, con frescura y sin descanso. Siembra de granos esperanzadores de DDHH, de regarlos pacientemente, trabajar, saber esperar y conceder a las orquídeas de los DDHH el tiempo que les es propio para que germinen, florezcan, desarrollen y crezcan a lo largo y ancho del mundo. Hermoso donde los haya.



10 de diciembre de 2018, 70 años que se adoptó en París, “La Declaración Universal de los Derechos Humanos” un documento no obligatorio ni vinculante para los Estados pero que sentó las bases para la creación de las dos convenciones Internacionales de la ONU, El Pacto Internacional de derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, sociales y culturales. Una auténtica promesa de justicia para todos tal como se recoge en su primer artículo: "Todos los seres humanos nacen iguales y  libres en dignidad y derechos". Cuando se hace referencia a los antecedentes de esta Declaración Universal de los DDHH con respecto a su lenta evolución en la historia, es a partir del siglo XVII cuando empiezan a contemplarse declaraciones explicitas con base en la idea contemporánea del "derecho natural". Inglaterra incorpora en 1679 a su constitución la "Habeas Corpus Act" (Ley de hábeas corpus ) y la "Declaration of Rights" (Declaración de derechos) en 1689 . En Francia como consecuencia de la Revolución , se hace pública, en 1789 , la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano . En 1926 el Convenio de Ginebra prohíbe la esclavitud en todas sus formas. Los llamados "Códigos de Malinas" que abarcan la Moral Internacional (1937), Relaciones Sociales (1927), Relaciones Familiares (1951) y el Código de Moral Política (1957) etc son intentos parciales de la conciencia pública por regular una seguridad mínima de respeto al individuo, habitualmente ignorado por los Estados.

Como consecuencia de la Primera Guerra Mundial la Sociedad de Naciones impulsó las Convenciones de Ginebra sobre seguridad, respeto y derechos mínimos de los prisioneros de guerra , y en 1948 tras la Segunda Guerra Mundial , la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el documento titulado Declaración Universal de Derechos del Hombre, conjunto de normas y principios, garantía de la persona frente a los poderes públicos. Es el documento más traducido del mundo (y quizá, el más vulnerado y violado),  ya que puede leerse en más de 330 idiomas. Un perfecto espejo ante el cual se reflejan inmensas dosis de hipocresía y cinismo sin límites. Una magnífica oportunidad para llenarnos la boca de palabras vacías. Porque entre el continuo vaciamiento que muchas palabras y logros trabajosamente conseguidos están sufriendo es quizá el término de DDHH el más adulterado y vaciado, junto con los de democracia, libertad, igualdad, fraternidad etc. A este proceso de adulteración a la baja, más acentuado en las últimas décadas, ha venido a sumarse la asimilación de que han sido objeto por parte de sociedades que los han incorporado a su bagaje de supuestos logros, haciéndoles formar parte como elemento conservador de un sistema que sin embargo no hace posible su pleno disfrute. Todavía hoy, DDHH, ofrecen, despojados de las adulteraciones e intereses con que se les maneja, una actitud contestataria, una
posibilidad de cambio hacia una sociedad mejor. Aunque también no deja de ser cierto que hablar de DDHH, cuando en tantas partes son violentados, puede significar una cómoda evasión intelectual, y obvio también que teorizar sobre ellos podría ser una burla para millones de hombres y mujeres que padecen en sus carnes su ausencia más flagrante si no va acompañado de una actitud militante en aras a su consecución. Así, cualquier simplificación en materia del vivir tiene riesgo de falsear la realidad.

Ciertamente no resulta difícil establecer categorías de resistencias y de obstáculos contra la vivencia efectiva de los DDHH: monopolios obscenos de riquezas y de los medios y fuentes de producción, poderes, fuerzas y realidades que deberían pertenecer a todos los seres humanos y que sin embargo están concentrados en determinados pocos grupos o estados. Monopolios generadores de pobreza, miseria y desesperación en cientos de millones de seres humanos para los cuales la lucha por la vida, simplemente por mantenerse vivos, se convierte en un auténtico calvario sin fin. Es la vida lo más
preciado del ser humano, así como la libertad y su seguridad. Pero sin vida no hay libertad ni seguridad que valga. Pero, ¿qué vida?, ¿qué tipo de vida? El derecho a la vida consiste, en vivir, sí, pero tener derecho a la vida es también tener acceso a todas esas cosas con las que se construye la vida de cada uno. Es tener acceso real a todas esas cosas que hacen de la vida una verdadera vida, una vida digna y justa. El derecho a la vida abre paso a una serie de derechos para la vida. Al analizar el derecho a la posesión de bienes propios, el derecho al trabajo como fuente de esos bienes y el derecho a la educación como medio de ejecutar un trabajo eficaz y justamente remunerado.

Que los vientos les sean favorables pues a las orquídeas de los DDHH, y que germinen saludables cuales juncos, sí, esos que se doblan y doblan cuando arrecia, pero que nunca nunca se llegan a romper y que al amainar el temporal yerguen tiesos de nuevo: libertad, justicia, fraternidad, humanidad, igualdad, salud y trabajo, siempre y para todos. Termino con el art. 2 de dicha Declaración de los DDHH: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. Derechos Humanos, sí, sin exclusiones, para todos, siempre, sin excusas ni excepciones. Sea.