Es la contradicción que explota el populismo: los climas de indignación generan sus particulares monstruos, y esta, más que otra cosa, sería la característica de los chalecos amarillos: su parte expresiva, la nueva cólera de los que ya no cuentan.
elpais.com/opinion/ Máriam Martinez-Bascuñán |
Lo peor es que, al elevar la ira y el resentimiento a categoría política, se genera la falacia de que Mélenchon y Le Pen sí escuchan al “pueblo” porque están allí donde la furia colectiva implosiona violentamente.
Esos héroes patéticos que insuflan con su sentimentalismo nuevos estados de ánimo resultarían cómicos si no estuvieran jugando con fuego. Esto no va de la subida de los carburantes, sino de derrocar a un Gobierno autista y torpe, sí, pero legítimo; un Gobierno cuya caída podría terminar por coronar a Le Pen.
Si esta crisis social, aprovechada por el lirismo sombrío de los oportunistas, tuviera fuerza como para derribar a Macron… ¡Ay! Pobre Francia y pobre Europa.