La ilusión rupturista de que el Estado constitucional resultara finalmente fallido ha ido desvaneciéndose. Hoy la involución anunciada en materia de autogobierno y de libertades de la mano de Vox no alienta reacciones rupturistas, sino que despierta temores que el independentismo no había sentido desde los años 80.
Puede ser un momento inmejorable para que soberanistas e independentistas aprecien por fin el autogobierno ‘realmente existente’. No sea que la obcecación por hacer realidad algo irrealizable dé lugar a una sociedad partida y a una autonomía fallida sin nada mejor a cambio.
Una parte notable del independentismo catalán se ha hecho consciente de que ya no puede albergar esperanzas en la espiral de los despropósitos, apurando las oportunidades que pudiera brindarle la exacerbación del nacionalismo español.
Sabe que es mejor para sus intereses atenuar la confrontación, aunque no sepa a ciencia cierta cómo hacerlo. Porque no sabe de qué manera enfriar los ánimos encendidos desafío tras desafío hasta octubre de 2017, aunque sea consciente de que de él depende la derechización o no del poder político en España.