En España tenemos una derecha predemocrática y que desde el punto de vista de la cultura política está más cerca del franquismo que del sistema consagrado por la Constitución.

viernes, 21 de mayo de 2021

Las relaciones hispano-marroquíes tienen un enemigo:
los fundamentalistas de la nación o la religión,
con sus rigideces intelectuales y sus extremas susceptibilidades.

 

La España del siglo XXI no necesita a Santiago Matamoros, no necesita un caudillo exaltado que proponga cazar moscas a cañonazos, que sueñe con enviar los Tercios de Flandes para resolver todo tipo de problemas. Por razones de geografía e historia, la vecindad de España y Marruecos tiene unos cuantos puntos crónicos de fricción, pero cuando estos se calientan por tal o cual razón, lo menos útil para ambas partes es arrojar gasolina al fuego. Lo sensato en las relaciones de vecindad es bajar la fiebre, evitar palabras y gestos hirientes e irreparables, explorar fórmulas de compromiso, por precarias que sean. A esto se le llama diplomacia cuando hablamos de naciones.

Pero como ya ocurrió con Perejil, lo más triste de esta crisis está siendo la asunción del lenguaje xenófobo, belicista y populista de la ultraderecha por gente que, en otros asuntos, sostiene posiciones progresistas. 
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