en la que los catalanes elegirán su Parlamento.
en la que elegiremos el nuevo Parlamento Europeo.

jueves, 6 de mayo de 2021

El Principe Constante, de Calderón de La Barca, en el Arriaga

Don Pedro Calderón de la Barca escribió ‘El príncipe constante’ en 1629, antes de La vida es sueño, su inmortal y universal drama. 

La acción se sitúa entre los años 1437 y 1443, fechas en las que los reyes portugueses libraron varias batallas para hacerse con la zona del norte de África. Con el objetivo de cristianizar ese territorio tan próximo a la península ibérica, dos infantes portugueses van al frente de la armada lusitana, pero la batalla no termina como estaba planeada y los musulmanes no solo repelen a los invasores sino que, además, retienen como rehén a uno de los infantes, Fernando. El rey musulmán pone una sola condición para liberarlo: únicamente lo hará a cambio de que Portugal le ceda la villa de Ceuta, cuestión a la que Fernando, constante, firme y decidido hasta la muerte, se niega en redondo apoyado en su dignidad personal y en su férrea fe cristiana.

Lluis Homar es Don Fernando en una imponente, magnífica, deslumbradora y emocionante interpretación. Con su palabra y su sola presencia atrae la atención de todo el público. No sé si alguien me tachará de iluminado o excesivo, pero no puedo dejar de decir que, durante toda la función, Homar me recordó al mejor José María Rodero, ese gran actor que, con su cuerpo, con su voz, con su gesto, con su actitud llenaba y contagiaba a cualquier actor que compartiese escenario con él.

Los personajes van vestidos de corte moderno: trajes oscuros y corbata para los hombres nobles y túnicas hasta los pies y de varios colores para princesas, y raídos pantalones naranjas y camisetas blancas para quienes han tenido la desgracia de ser apresados.

La iluminación precisa, sutil y milimétricamente trenzada durante los 120 minutos de duración del montaje es obra del maestro Juan Gómez-Cornejo.

Y, por último, sería injusto no citar aquí la inmensa, sostenida y fructífera labor de Vicente Fuentes como el artífice de que siempre el verso salga con la nitidez y el alma necesarios de la boca de los actores. Detrás de ello hay un intenso y pormenorizadísimo estudio y conocimiento del lenguaje que en este montaje brilla de forma especial.