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domingo, 16 de mayo de 2021

Lo de Iglesias parece un símbolo de liberación,
como quien se quita las extensiones del poder,
quizás cada vez más incómodas.

 

Pablo Iglesias ha vuelto a la pomada y a las televisiones sólo con una foto más y una coleta menos. Vivimos la política más publicitaria de la historia, aunque siempre hubo estrategas y diseñadores de la propaganda.
Ahora basta un cambio de look para que hierva Twitter. En cambio, dices que has leído a Kierkegaard, como dirían Faemino y Cansando, esos genios, y no pasa nada. Pero nada de nada. Siempre habrá alguien que te lo afee, que no es lo mismo. Un flequillo, una coleta, una trenza, unas mechas, mueven hoy los ejes de la actualidad, queridos.

Reconozco que Iglesias ha tenido el detalle de combinar el nuevo peinado con la lectura de un libro, algo así como las armas y las letras. No todos lo hacen: sacan peinado, pero se dejan el libro, que a mí me parece imprescindible (siempre que no salgas en la foto con él al revés: casos ha habido). La fotografía de Iglesias ha dado para muchas columnas y el que esté libre de pecado que tire el primer adjetivo. Nos gusta hablar de cosas simbólicas, y una coleta es un logotipo, ya decíamos, la marca de la casa.

Parece que la Operación Final de etapa, o Final de ciclo, o Hasta el moño de la gestión política cotidiana, pasa por un reciclado de la imagen personal, no sólo basta con cercenar la coleta. Sin embargo, la coleta llevaba todo el peso de los últimos años, era todo un apéndice ideológico-capilar, funcionaba como receptor de agravios y de parabienes, y algunos creen que Pablo se la ha quitado como quien se quita el uniforme al salir del curro. (elcorreogallego.es/opinion de JM Giraldez)