Estos últimos meses algunos hemos llegado a pensar que en cuanto el Gobierno levantase la mano con las mascarillas iba a ser un problema distinguir a los auténticos españoles por la calle. Y hoy ha llegado ese día.
Los auténticos españoles, claro está, son los que cuelgan una bandera bien gorda en el balcón hasta que la bandera se aburre y pierde los colores, se ponen una enseña rojigualda en el broche del reloj o en una pulserita y patriotizan la mascarilla a tope, incluso con insignias militares.
Como es lógico y natural, a los auténticos españoles se les llena la boca de España, hablan siempre en nombre de España, no paran de decir que si España esto y que si España lo otro, que si España se siente traicionada con los indultos, que si España se va a la mierda en cuanto no hay un patriota de pura cepa en la poltrona y que España estaba ahí antes de los Reyes Católicos, antes de los visigodos y antes de Atapuerca.
Para los poco patriotas, la mascarilla sólo ha sido una incomodidad transitoria, la oportunidad de disfrazarnos de Hannibal Lecter, de ir de tuareg por las calles, de sentir por unos meses el rostro cerrado a cal y canto como las mujeres islámicas la vida entera.
No obstante, hay que tener cuidado con tanta españolidad, porque uno puede acabar despotricando de la monarquía como esos ultras de Vox que, siguiendo la advertencia de Ayuso, han bautizado al rey Felipe como "Felpudo VI" por firmar los indultos. Una pena que hoy no se les pueda ver a todos con la bandera republicana estampada en la cara.