Hoy hace 10 día, la noche del 14 de febrero, mientras los suyos celebraban la victoria del independentismo, Carles Puigdemont torcía el gesto en Waterloo.
No solo porque Laura Borràs llegaba en tercer lugar, detrás de Salvador Illa y Pere Aragonès. Su semblante turbado obedecía a otras razones.
Que Junts per Catalunya cosechara uno de los peores resultados del nacionalismo conservador no le quitaba el sueño.
Ni siquiera la humillación que suponía quedar por detrás de los vendepatrias de Esquerra Republicana.
Como siempre, o casi siempre, él lo tenia todo previsto.
De haber ganado, la victoria hubiese sido suya.
Al perder, la derrota era de Borràs, la candidata que él nunca quiso.
Entonces, ¿por qué fruncía el ceño el expresidente?
Porque la izquierda obtenía 83 diputados, algo que no había ocurrido nunca. Por muy atrabiliaria que sea, la suma de los escaños de izquierda (o que se consideran como tales: el PSC, ERC, la CUP y los 'comuns') sumaba 22 diputados más que en 2017.
Espero que ERC también se haya dado cuenta.