Sin duda, en todo lo relativo a la vacuna, hay motivos para la crítica. No para la sandez.
La mayor es comparar a la UE (446 millones de ciudadanos) con Israel (8,8 millones). El secreto diferencial de este país es que por su tamaño ha podido obtener prioridad de compra con los fabricantes de vacunas a cambio de convertirse en prueba piloto de su efectividad: algo imposible para un continente entero.
La mayor es comparar a la UE (446 millones de ciudadanos) con Israel (8,8 millones). El secreto diferencial de este país es que por su tamaño ha podido obtener prioridad de compra con los fabricantes de vacunas a cambio de convertirse en prueba piloto de su efectividad: algo imposible para un continente entero.
Otra es medirse sin más con EE UU. La UE ha aplicado 88 millones de dosis a sus ciudadanos y exportado 77 millones, muchas a la iniciativa solidaria Covax. EE UU se ha desentendido del mundo. Trump dictó (8/12/20) una orden presidencial dando “acceso prioritario” (de hecho, exclusivo) a los suyos, y residual al resto: Biden la ha mantenido.
O medirse en bruto con Reino Unido. Con o sin órdenes expresas, sus dos factorías de AstraZeneca no han enviado una sola dosis al continente; pero la isla-y-media ha recibido de las fábricas europeas 21 millones.
O medirse en bruto con Reino Unido. Con o sin órdenes expresas, sus dos factorías de AstraZeneca no han enviado una sola dosis al continente; pero la isla-y-media ha recibido de las fábricas europeas 21 millones.
Hay que combatir estas discriminaciones: no imitarlas. Y en todo caso, comparar de forma homogénea. Gran Bretaña había inmunizado ayer completamente (dos dosis) al 5,3% de su población. Exactamente igual que la UE: al 5,3%. Pero menos que España (al 6,1%), o Italia (al 5,4%).