Antes incluso que los terraplanistas -la comunidad de zoquetes que reniega de la ciencia para defender un modelo medieval donde el planeta Tierra tiene forma de palangana-, los juancarlistas optaron hace mucho por una estrategia del avestruz que consiste en hacer oídos sordos, ojos ciegos y bocas mudas ante las evidencias palmarias de que el rey Juan Carlos no es el centro del universo.
Estaban demasiado ocupados con las alabanzas y genuflexiones para poder escuchar los rumores palaciegos, los tiros de las cacerías africanas o los requerimientos de la fiscalía suiza acerca de los líos con una barragana carísima. Puede decirse que, hoy por hoy, es más fácil creer que la Tierra es plana que creer en el rey Juan Carlos.
Estaban demasiado ocupados con las alabanzas y genuflexiones para poder escuchar los rumores palaciegos, los tiros de las cacerías africanas o los requerimientos de la fiscalía suiza acerca de los líos con una barragana carísima. Puede decirse que, hoy por hoy, es más fácil creer que la Tierra es plana que creer en el rey Juan Carlos.
El juancaplanismo, en efecto, requiere de fe, de mucha fe, de ingentes toneladas de fe. Hasta el punto de que algunos de los más firmes defensores del personaje empiezan a plegar velas y a silbar canciones. Frente a una institución tan opaca como la monarquía borbónica siempre se trata de creer o no creer, y ha tenido que venir alguien tan poco proclive al republicanismo como Jose Mari Aznar a cantar las verdades del barquero: "Si el que representa a la institución no cree en ella, ¿por qué van a creer los demás?"
Cuatro millones y pico por rentas no declaradas no son más que la punta del iceberg, la bolita invisible en un juego de trileros cortesanos en el que al final, alehop, se ha visto el truco. Desde Estoril a Abu Dabi, los juancarplanistas han borboneado por encima de nuestras posibilidades. Pasando por donde ustedes quieran.