La prensa europea se ha lucido con las ceremonias de sucesión al trono de Holanda. El asunto ha estado en todas las primeras planas –incluidas las de países republicanos, como Alemania, Francia e Italia- y hasta los periódicos más serios del continente han decidido convertirse por un día en ediciones locales del “Hola”. Inhabituales despliegues gráficos acompañados de textos dedicados a contar quiénes acudieron a los fastos, cómo iban vestidos y peinados, en qué orden entraron y dónde se sentaron, han sido la tónica general. La excepción ha venido del otro lado del Atlántico: un artículo del New York Times, firmado por Arnon Grünberg, no solo ha ridiculizado con talento la bobalicona fascinación que las actuaciones públicas de las monarquías provocan en los países democráticos, sino también ha hecho una originalísima propuesta para acabar con ellas.
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Y el artículo concluye lo siguiente: “Holanda ha recortado drásticamente las subvenciones públicas al teatro. Los teatros, las óperas y los museos ya no pueden existir sin sponsors privados. ¿No sería buena idea organizar audiciones para escoger a quienes podrían representar los papeles de Rey y de Reina? Seguramente encontraríamos a actores bastante más capacitados para ello que los actuales miembros de la realeza y, además, estarían dispuestos a hacer su trabajo por una mínima parte de los salarios que éstos perciben”.