En este cuento floreado,
artificioso y modernista
en que algunos parecen empeñados
en convertir la monarquía parlamentaria española,
la princesa,
a diferencia de la imaginada por Rubén Darío,
ya no está triste.
Al menos nuestra infanta Elena.
Ya no se escapan suspiros por su boca de fresa,
ya ha recuperado la risa y el perdido color.
Porque nuestra princesa está alegre
al saber que ningún juez malvado
interrogará a su hermanita Cristina,
que podrá seguir siendo esa buena madre y esposa
junto a su guapo y deportista esposo ...
que,
a diferencia de los cuentos infantiles,
se transformó en un sapo corrupto,
viscoso y verrugoso de ambiciones,
tras el leve contacto del primer beso nupcial....